martes, 24 de septiembre de 2013

Pedagogía contra el ruido

Pedagogía contra el ruido

Los niños son, según la OMS, uno de los grupos más vulnerables a los efectos nocivos del ruido. Entre otros, daña su rendimiento cognitivo y su bienestar. El estruendo empieza a ser combatido desde la escuela, donde docentes pioneros están enseñando a las nuevas generaciones a ser más silenciosas

ES | 13/09/2013 - 15:15h | Última actualización: 13/09/2013 - 16:56h
Eva Millet

Pedagogía contra el ruido
Gery Lavrov
En clase, en casa y de fiesta
  • En el aula En la normativa educativa española y catalana no hay especificaciones concretas de decibelios en el aula. El "semáforo del ruido" en Alemania se pone ámbar a partir de los 65 dB y rojo cuando supera los 80 dB. La OMS considera que 35 dB en las clases es el sonido ambiente adecuado para "permitir unas buenas condiciones de enseñanza y aprendizaje".

    En casa Educar contra el ruido no es sólo tarea de la escuela. En casa, evitar la TV siempre encendida. La música a tope no sólo daña las relaciones con los vecinos, sino también la comunicación familiar. Los juguetes son otra fuente de ruido: muchos superan la peligrosa barrera de los 85 decibelios. Hay que comprobar que llevan el sello de la CE. Los auriculares también han de tener limitadores de sonido, que no pasen de los 85 dB.

    Actos lúdicos Tampoco existe aquí una normativa específica para limitar los decibelios en eventos infantiles. La de la Unión Europea da un tope de emisión de 85-87 dB (lo que, según el doctor Rodríguez, "ya es mucho"). Se recomienda utilizar aparatos con limitadores de sonido. El "no pasa nada, es sólo un rato" no vale: las lesiones por ruido son proporcionales a la intensidad y al tiempo de exposición. 
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A los niños y niñas de tercero de primaria del colegio público Rosella les gustan los sonidos del canto de los pájaros y de las olas del mar, el tu-tu de las lechuzas y el repiqueteo de la lluvia al caer. También les gusta la música (aunque ha de estar "flojita") y el sonido del viento entre las hojas de los árboles. A estos niños, de entre 8 y 9 años, no les gusta, en cambio, el ruido de las motos, las obras, ni la música "a tope de volumen". Tampoco les gustan los perros que ladran, los bocinazos, los portazos, los gritos y el tam-tam de los bongos. Tienen claro lo que es un ruido: "un sonido desagradable", "que molesta mucho", "algo que da como estrés a la cabeza" y "hace daño a los oídos", explican.

Los 26 y 27 alumnos de las dos clases de tercero de este colegio son capaces de estar casi una hora participando en una actividad sin interrumpirse o alzar la voz, ni cuando hablan entre ellos. Al acabar la clase, tampoco se rompe el hechizo: se levantan, colocan con cuidado sus sillas sobre la mesa, recogen sus mochilas y se despiden educadamente de sus maestras. Estos niños y niñas podrían estar en Finlandia, Suecia o uno de esos países del norte donde la gente es más sosegada y respeta los turnos de palabra. Sin embargo, la escuela Rosella está en Viladecavalls, en la provincia de Barcelona, y si existe alguna duda sólo hay que mirar por una de las ventanas y contemplar la silueta de Montserrat recortada bajo un cielo sin nubes.

La Rosella es una escuela pionera en trabajar la cuestión del ruido en su currículum. Esta iniciativa (que en un país como España, que la OCDE calificó como el segundo más estruendoso del mundo, puede sonar casi marciana), es debida a una maestra, Cesca Rodríguez-Arias, quien un día, al leer sobre este ranking, decidió que algo tenía que hacerse. Cesca lleva casi 35 años ejerciendo como docente y ha comprobado cómo los niños "son cada vez más ruidosos, sin duda. No es solamente que el ruido ya no les molesta, sino que tienen un tono de voz más alto", asegura. Para ella, este aumento del volumen está directamente relacionado con las dinámicas de estrés y de aceleración imperantes, que hacen que los niños estén cada vez más nerviosos. "Y los niños, cuando están más nerviosos, gritan más y pierden su capacidad de atención", indica.

Cesca empezó a educar contra el ruido hace ya cinco años. "Siempre me ha interesado el tema del movimiento slow, así que el día que oí que éramos un país tan ruidoso vi claro que teníamos que trabajar a nivel curricular este tema". La Rosella está dentro del programa d’Escoles Verdes de la Generalitat de Catalunya: considerando que el ruido es un contaminante (aunque invisible), lo natural era que se incluyera en el programa. "Tuve la suerte de tener mucho apoyo en la escuela –recalca–, porque en la cuestión del ruido hay bastante incomprensión".

Así, un 24 de abril (el día internacional del Ruido) del 2008, Cesca empezó a hablar a sus alumnos sobre sonido, ruido y sus efectos nocivos en la salud. Desde entonces, en esta fecha se realiza cada año un acto relacionado con el tema, aunque la cosa, como explica Cesca, no se quedó allí: "El trabajo acústico se lleva durante todo el año, estando muy relacionado con todo un conjunto de hábitos, como la atención, el diálogo, el respeto y la circulación por la escuela". La pedagogía incluye información, concienciación y reivindicación: tres factores reflejados en su dinámico blog (Blocs.xtec.cat/sosoroll) y en iniciativas como la instancia que la clase de Cesca ha presentado en el Ayuntamiento solicitando tapas de plástico para las patas de mesas y sillas del aula. Este detalle acabaría con los chirridos que emiten cada vez que se mueven.

La labor también se refleja en los conocimientos de los niños. Entre otras cosas, saben distinguir entre sonido ("algo que nos aporta información agradable") y ruido ("un sonido no deseado"). También conocen lo importante que es un ambiente silencioso para su rendimiento, para qué sirve un sonómetro y cuándo son dañinos los decibelios. Para esto último cuentan en clase con la ayuda de un aparato indicador en forma de una enorme oreja, tachonada de lucecitas, que se ponen rojas cuando se pasan de los decibelios (entre 55 y 60), recomendados en el aula. La oreja (que en otros países es habitual, aunque tiene forma de semáforo) es también una iniciativa suya: "Nos ayuda a ser más conscientes del problema y a tener más autocontrol del ruido que podemos llegar a hacer: ya tenemos doce en las clases de primaria y una en infantil".

Rodríguez-Arias es una mujer de voz suave y pausada; una de esas personas para las que el verbo gritar no entra en sus dinámicas. Sin embargo, esta apariencia tranquila esconde una determinación que ha conseguido este pequeño oasis en las cercanías de Montserrat. Un oasis necesario, ya que la OMS advierte que los niños expuestos crónicamente a ruidos excesivos "demuestran disfunciones en la atención, memoria, resolución de problemas y habilidad para aprender a leer". De ello se deduciría que las escuelas deberían tener muy en cuenta la cuestión del ruido aunque, como se indica en el informe La seguridad integral en los centros de enseñanza obligatoria de España, esto no es así.

El estudio, una iniciativa de la Fundación Mapfre llevada a cabo por el grupo Edurisc de la Universitat Autònoma de Barcelona (que analiza los riesgos en los entornos educativos), se publicó en el 2012 y examinó 300 centros. Concluyó que los colegios españoles aprueban en seguridad y progresan adecuadamente en limpieza, orden y promoción de la salud, pero suspenden en su nivel de ruido. En un 60% de los centros visitados, no existían medidas internas para prevenir el ruido que se produce.

Una de las razones de esta carencia es que, mientras que a nivel constructivo las edificaciones escolares deben de tener en cuenta unas exigencias básicas de protección frente al ruido, la normativa educativa no contiene especificaciones concretas respecto a este. Parece que el ruido, su influencia sobre los estudiantes y el medio ambiente no es un tema que interesa a los responsables de nuestra educación. Y esto, según Joaquín Gairín, el coordinador del estudio y catedrático de Pedagogía Aplicada en la Universitat Autònoma de Barcelona, es un error, porque "los ruidos interfieren en los procesos cognitivos de los estudiantes: pueden conllevar un déficit en la atención y alterar, sin duda, procesos como la lectura. Este efecto será mayor cuanto menor sea la edad del escolar, que tiene menos recursos para suplir las lagunas que genera el ruido en la comunicación".

El ruido en el aula también afecta al docente, quien se ve obligado a subir la voz (lo que provoca las clásicas afonías) y a repetir mensajes, aumentando así su fatiga y nerviosismo. El bienestar de los maestros fue otra de las razones por las cuales el equipo directivo de la Rosella apoyó la iniciativa de Cesca Rodríguez. La responsable de estudios del centro, Àngels Torres, cree que fue una decisión acertada: "A nivel académico, aprender en un ambiente tranquilo lo es todo", recalca. Además, la pedagogía ha dado sus frutos: tras cinco años de trabajo, Torres observa que en las aulas se ha bajado mucho el nivel de ruido: "La clase de Cesca es, evidentemente, una maravilla, pero en las otras también son muy conscientes. En especial cuando la oreja está encendida; los niños saben que hay una cosa que los limita... De todos modos, todavía tenemos la asignatura pendiente de los pasillos, además del punto negro del comedor".

El ruido en el comedor es también un problema en el colegio barcelonés Pau Casals, en Horta. El centro, que data de los años setenta, goza de unas instalaciones estupendas pero en su diseño se cometió un error. El comedor está en la parte central del edificio, bajo una cúpula de considerable altura, revestida de chapa, que actúa como una gigantesca caja de resonancia. Así, cuando empiezan a llegar los algo más de cien niños y niñas que comen allí cada día el ruido es, sencillamente, insoportable.

"En esta escuela se puede gritar muy poco porque aquí cada grito descoloca", afirma Lluïsa Llenas, su directora. Cuando llegó al centro, hace siete años, solicitó una auditoría para medir el ruido al Consorci d’Educació (lo que cualquier escuela puede pedir). Aunque se reconoció que existía un problema, las soluciones oficiales se tradujeron en recomendaciones: truquitos como colgar objetos de corcho para absorber los sonidos, poner tacos en mesas y sillas – lo que ya se había hecho– y cambiar la vajilla de cristal por una de plástico duro... "Y lo que sería realmente efectivo es que nos recubran el techo con los materiales aislantes adecuados", explica Llenas.

Entretanto, se ha llevado a cabo una labor pedagógica muy intensa para educar a los niños a hablar en un tono bajo y tratar de mitigar el problema. Como sucede en la escuela Rosella, los niños aquí también responden: levantan la mano para pedir algo y son muy conscientes de que hay que mantener un tono moderado (los shhh entre ellos son habituales). Tampoco gritan las monitoras quienes, cuando perciben que sube el volumen, agitan una botella rellena de arroz para avisar a los niños que se están pasando. "Es muy difícil trabajar el silencio pero este es un tema en el que no podemos bajar la guardia… Sino, nos quedamos todos sordos", explica la responsable de comedor, Laura Brito.

No va desencaminada: a medida que entran más niños en la sala, el ruido aumenta y el sonómetro se desboca, alcanzando los 80 decibelios, con un pico de 90. La OMS ya considera los 70 decibelios (el ruido de una aspiradora), como el límite superior deseable. Mientras que molestias pasajeras como la fatiga auditiva se presenta a partir de los 80 decibelios, los 90 ya son dañinos para el oído: provocan lesiones irreversibles que son más graves cuanto mayor sea la exposición al ruido y la susceptibilidad de cada uno.

"Varios estudios ya han demostrado que, a causa de la exposición al ruido en la niñez, se están produciendo lesiones que, en la edad adulta, van a empeorar. Estamos creando sordos desde la infancia. Lo estamos comprobando en generaciones que tienen entre treinta y cuarenta años, cuyo nivel auditivo en las frecuencias agudas (las primeras afectadas por el ruido) está bajando considerablemente". Quien da este dato contundente es Jesús Rodríguez Jorge, responsable del departamento de otorrinolaringología del hospital de Sant Joan de Déu, en Barcelona. Este especialista ha ejercido durante casi veinte años en Alemania y, aunque es español, no deja de chocarle lo que ve en algunas de las costumbres del país, que someten a los más pequeños a un auténtico bombardeo de decibelios. Tanto en fiestas populares como en actos escolares, altavoces sin control retumban alegremente durante horas, sin control alguno. "Aunque lo peor son los petardos, sobre todo en Valencia, eso es peligroso. Una de esas tracas puede provocar una sordera", afirma. Para este médico, iniciativas como la de la escuela Rosella son excelentes noticias que deberían impulsarse en otros centros. "Es urgente iniciar campañas para concienciar sobre el impacto del ruido en los niños, como sucede en Alemania. Aquí se invierte en rehabilitar a niños sordos pero no se cuida el aspecto preventivo, que es importantísimo".

Entretanto, en el comedor del colegio Pau Casals ha sonado la botella del silencio y los decibelios disminuyen. Al final de la comida, se premia con un punto a la mesa más tranquila. En este comedor, el moderar la voz es un hábito que se trabaja al mismo nivel que los alimenticios o la corrección en la mesa. "Las características aquí hacen prioritario el aprender a comer sin ruido –cuenta Laura Brito–, pero yo llevo muchos años en comedores escolares y puedo asegurar que este problema se da en todos los que he estado". Como sucede en la Rosella, en el Pau Casals el trabajo contra el ruido se ha trasladado también a los pasillos y a las aulas. "En la escuela, es importantísimo mantener la tranquilidad, porque el ruido estresa y, por tanto, se estresan ellos", sintetiza Lluïsa Llenas.

Controlar el ruido en aulas y zonas comunes sería una manera efectiva y no muy costosa de mejorar el rendimiento. Sin embargo, las políticas no van en este camino: con los aumentos de ratio decretados por las últimas leyes educativas, va a ser cada vez más difícil mantener el silencio: "Si los grupos son más numerosos eso incide mucho en la disminución del confort acústico", advierte Àngels Torres.

Joaquín Gairín sabe que el ruido es un problema conocido pero aparcado en el modelo de nuestras instituciones educativas: "La tendencia es no actuar, ante las falsas ideas de que podemos sobrevivir con altos niveles de ruido. De este modo también se evitan los costes de mejorar la acústica en la aulas", resume. Así, mientras nuestra educación se desarrolla entre el estruendo, en otros países con sistemas educativos excelentes, el ruido es un tema que se controla mucho. Como es el caso de Finlandia, uno de los modelos educativos de referencia, donde hay semáforos de decibelios incluso en los comedores escolares.

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